Vinos de garaje


Desde hace unas campañas, la frase vino de garaje ha irrumpido con fuerza en el mercado del vino. Lo ha hecho con el fin de otorgar un rasgo de distinción a los caldos a los que define. Se pueden sumar otros calificativos tales como vino de autor, vino de guarda o vino de alta expresión. Hay muchos más.
Sea como fuere, el vino es una cuestión de gustos. Viene esto a cuento porque el otro día tuve la oportunidad de catar un vino que está redondeándose en botella tras su paso por barrica. Y en un calado de los de siempre, excavado en la tierra. En pleno proceso de crianza se puede decir que se ha conseguido un buen vino que con el discurrir de los meses se convertirá en un caldo que supera a muchos crianzas del panorama actual. Agradable y sedoso en nariz, generoso en boca, con cuerpo y de grato recuerdo.
Para hacer un buen vino hace falta, sobre todo, buena uva. Es más fácil hacer vinos malos con uvas de calidad que viceversa. Y la experiencia lo confirma. En 2005, una buena amiga decidió concederse el caprichoso de elaborar vino. Una barrica, concretamente. Es decir, 300 botellas, una arriba, una abajo.
Primero, uva (tempranillo) en perfecto estado de calidad y de sanidad. Cosechada a primera hora de la mañana, en cajas de 20/30 kilogramos. Despalilladas a mano, racimo a racimo y pisadas. Fermentación alcohólica controlada, a la temperatura apropiada para mantener las virtudes de la uva y maloláctica en el calado. Remontados periódicos (incluso sangrados) y posterior prensado, con mimo, jugando con la presión de la prensa vertical, de las de toda la vida.
En suma, un buen vino conlleva buena materia prima, uso ajustado de la quimíca y de la tecnología y, sobre todo, mucha paciencia. El vino se hace en la viña, no en la bodega.